Spaanse boeken: Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós

Aangeboden: Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós Prijs: T.e.a.b.

EPISODIOS NACIONALES
de Benito Pérez Galdós

Gebonden boek (NIEUW) in atlasformaat met harde kaft met illustratie en wit/gouden letteropdruk; (Spaans)
240 pagina's met honderden kleurenfoto's;

TRAFALGAR
LA CORTE DE CARLOS IV

Los Episodios Nacionales comienzan con la historia de un chiquillo que se llama sencillamente Gabriel, Gabriel a secas, sin apellidos.
Gabriel es gaditano, del viejo barrio de la Viña, "que no es hoy, ni era antes, academia de buenas costumbres". Gabriel -o Gabrielillo, como tenían que llamarle sus compone- b ros de aventuras- es ante todo un solitario, un huérfano que se junta con los chicos de la calle para ir a jugar a la Caleta, para robar a los descuidados comerciantes, para vagabundear todo el santo día al sol de Cádiz.
Entre los juegos de estos golfillos en la Caleta y losjuegos de los hombres en alta mar transcurre el episodio . El libro entero es una batalla que comienza de mentirijillas entre los chicos de la Caleta y se resuelve, bien desastrosamente, en el mar, entre ingleses, por una parte, y franceses y españoles, por otra. En el medio, o entre las dos batallas, empieza a aparecer esa galería impresionante de personajes galdosianos, de españoles del siglo xix.
Gabriel es el criado o pajecillo de un matrimonio ejempiar: don Alonso Gutiérrez de Cisniega, y su mujer, doña a Francisca. Don Alonso, que es marino, sólo piensa en una revancha contra los ingleses; doña Francisca es la campeona del sentido común, y cree que los hombres deben quedarse en casa, sobre todo su marido, que ya está viejo para las batalias; Marcial, el también viejo marinero que ha ido perdiendo en diferentes encuentros la mitad de su cuerpo -le llaman Medio-hombre-, será el rudo amigo del pequeño Gabriel.
Queda la hija del matrimonio, Rosita, la prometida del hijo de Malespina, que, dicho sea de pasada, es el m ayor embustero del mundo. Rosita va a ser el primer amor de Gabriel: un amor borroso, infantil sin duda, hecho de cantos y de juegos, de deseos mal definidos, de risas y de flores t de azahar. Gabriel es muy pequeño aún; el amor no ha liegado todavía.
Vienen después los grandes héroes de la historia: Churruca, Gravina, Valdés, Galiana. Pero los grandes héroes son presentados por el pequeño Gabriel como hombres de carne y hueso, y nada parece presagiar lo que va a venir.
La flota está preparada en Cádiz. El almirante francés Villeneuve, contra la opinión de Gravina, decide echarse al mar y buscar un encuentro con los ingleses de Nelson; y Gabriel, a bordo del mayor buque del mundo, el Santísima Trinidad, armado con 138 cañones, asiste a su primera batalla.
¿Qué nos va a contar Gabriel, o Caldos? ¿Una batalla naval? Sí; pero solamente en parte. Gabriel, o Caldos, en este primer encuentro guerrero, ni exalta ni abomina; se contenía con intentar comprender la i dea de la patria.
Es un niño el que habla: para él, las naciones son islas; pero cada isla debe conservar sus usos y costumbres, su propía vida; nadie debe invadir la isla de otro. Y así, de una concepción infantil deduce Gabriel, o deduce el lector, que la patria es algo más grande, que sostiene y ala que hay que sostener, que defiende y a la que hay que defender: "Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender...".
Y todo este inmenso país, como dice Gabriel, está ahora, en vísperas de la batalla, como encerrado en el casco de un navio.
Pero Gabriel, y siempre Caldos, no es patriotero. Comprende que también ellos, los que están enfrente y disparan los cañones, tienen una patria que defender.
La desastrosa y gloriosa batalla que tiene lugar a cinco le gua s de Trafalgar se nos cuenta a partir de un solo navio, el Santísima Trinidad; a su alrededor todo es confuso, no se ve nada porque el humo de los disparos ciega los ojos del pequeño Gabriel. Todo es confuso, como confusa tuvo que ser la realidad: Nelson se ha aprovechado inteligentemente de la dudosa maniobra del almirante francés; éste ha desplegado toda su flota en una sola línea. Nelson agrupará la suya en dos flechas certeras que romperán la línea de los aliados; cada barco aliado se verá, así, atacado y obligado a combatir contra dos o tres barcos ingleses y, lo que es peor, se verá cortado de todos los demás.
El Santísima Trinidad se defenderá hasta el final, como los demás, porque en esta acción todos fueron héroes: desde Nelson, que morirá en el combate- desde los marinos españoles que se sacrificarán -Galiana, Churruca o Gravina, que morirá más tarde-, hasta, sí, el torpe almirante francés, que se suicidará por no poder soportar el peso de la derrota. E l Santísima Trinidad se hunde, y con él se hunde España como potencia naval. Pero de esto Gabriel no puede decirnos nada; es sólo un testigo, no un historiador. Gabriel siente y comunica lo que siente, no enjuicia. Es demasiado pequeño: tiene catorce años en 1805.
Pero podemos preguntarnos: ¿Por qué Trafalgar? ¿Por qué empezó Caldos sus episodios con la derrota -gloriosa, pero derrota- de Trafalgar? Se podrían aventurar varias /-e puestas. Desde considerar esta acción naval como la primera acción militar importante del siglo xix, hasta pensar que, para el autor, la batalla de Trafalgar hubo de significar el final de una época.
Efectivamente, Trafalgar cierra un siglo. Con la desapancion de la flota española se esta significando la desaparidon del imperio americano. A partir de este momento, la monarquía española ha de ser diferente. Todo va a cambiar. Y el autor va a referirnos este cambio, doloroso y largo, que du- I I rara todo el siglo; que durará cuaren t a y d os de los cuarenta y seis Episodios Nacionales.
Caldos conoció a un superviviente de la batalla, marino que, en 1873 (año en que escribió este episodio), recordaba la batalla de 1805. De él hubo de recoger datos, impresiones y, sin duda alguna, detalles que hoy nos parecen imposibles; como, por ejemplo, el verter arena sobre cubierta antes de la batalla, para empapar la sangre que, sin duda, iba a correr.
Gabriel, el testigo de Trafalgar, quizá no pueda darse cuenta de todo el horror o de toda la grandeza de esta batalia. Pero transcribe fielmente las sensaciones del combate, el ruido, el olor, el miedo, la exaltación, la muerte de los hombres, las heridas y la sangre; sobre todo la sangre, que, efectivamente, empapa la arena de cubierta.
El Santísima Trinidad sucumbe. Los ingleses, dueños ya del navio, intentan remolcarlo a Gibraltar. Mas el barco se al hunde. Viene el transbordo al Santa Ana, apresado por los ingleses, pero rescatado por los españ ol es pri sioneros. Y, finalmente, un nuevo transbordo al Rayo, que se hundirá frente a ta las costas andaluzas. Gabriel, abrazado a Medio-hombre, cree que su muerte es segura.
La batalla ha terminado, y Gabriel vuelve a casa de sus amos. Doña Francisca recibe a su marido y al pajecillo Gabriel de la siguiente manera: "¡Bonita la habéis hecho!... ¿Qué te parece? ¿Aún no estás satisfecho ? Anda, anda a la escuadra. ¿ Tenía yo razón o no la tenía? ¡Oh! Si se hiciera caso de mí... ¿Aprenderás ahora? ¿ Ves cómo te ha castigado Dios?".
¿ Qué iba a responder su marido ? Nada.
En cuanto a Gabriel, tampoco dice nada. Vuelve derrotado a casa. Pero doña Francisca, a lo mejor, no está hablando de Trafalgar. No, seguramente no: doña Francisca, a través de la persona de su marido, está riñendo al GabrieHilo gaditano, del barrio de la Viña, que vuelve muy tarde a casa porque ha estado jugando en la Caleta a batallas navales.
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